Ignoramos cómo hagan otros pueblos para sobrevivir a sus adversidades particulares. Los estadounidenses, por ejemplo, están acostumbrados a sacrificar decenas de miles de ciudadanos en cada guerra y les parece natural invadir aquí y allá en nombre de la libertad y la democracia, aunque en realidad es en nombre de las empresas privadas que fabrican armamento y materiales de guerra.
En nuestro país, apenas cruzada la mitad del sexenio de Felipe Calderón, han muerto 22 mil 700 mexicanos, entre narcos, militares, policías y gente inocente que no es parte del conflicto entre cárteles y gobierno. Son más, dicen los afectos a la estadística, que los muertos de la guerra por la invasión de Irak por Estados Unidos.
Estamos ante una guerra extraña en que se comete un error fundamental de estrategia: se ataca con un ejército regular y con procedimientos de guerra regular a grupos que actúan irregularmente y más al modo de la guerrilla.
La guerra entre narco y gobierno –a sabiendas de que buena parte del narco se sostiene por nexos dentro del gobierno– podría ir para largo mientras no se toquen estructuras elementales de los cárteles. Y el gobierno hasta ahora las mantiene intocadas, ignoramos si por miedo o por complicidad.
Los capos tienen una idea peculiar del Estado. Las narcomantas que aparecen por doquier en algunas ciudades mexicanas, son una síntesis de una filosofía rudimentaria y pragmática sobre el Estado nacional: “…déjenos erradicar a nosotros a los malandrines y luego siga su tarea, pero antes retire al Ejército y a la Marina”, le dicen algunos de estos carteles al presidente Calderón.
Como sea, la mayoría sobrevivimos a una guerra civil ajena en que los bandos se confunden en exceso, y como en política, los aliados de hoy son los enemigos de mañana y viceversa.
Sin embargo, los mexicanos tenemos muchas otras cosas a qué sobrevivir y, hasta donde se ve, lo hemos logrado. ¿Por cuánto tiempo más? No lo podemos saber. Pero hay que seguir porque no nos queda alternativa.
Los capos tienen una idea peculiar del Estado. Las narcomantas que aparecen por doquier en algunas ciudades mexicanas, son una síntesis de una filosofía rudimentaria y pragmática sobre el Estado nacional: “…déjenos erradicar a nosotros a los malandrines y luego siga su tarea, pero antes retire al Ejército y a la Marina”, le dicen algunos de estos carteles al presidente Calderón.
Como sea, la mayoría sobrevivimos a una guerra civil ajena en que los bandos se confunden en exceso, y como en política, los aliados de hoy son los enemigos de mañana y viceversa.
Sin embargo, los mexicanos tenemos muchas otras cosas a qué sobrevivir y, hasta donde se ve, lo hemos logrado. ¿Por cuánto tiempo más? No lo podemos saber. Pero hay que seguir porque no nos queda alternativa.
Por ejemplo, sobrevivimos a los terremotos leves, medianos y mayores. Claro, hay víctimas, pero entonces el gobierno se dice preocupado, hace declaraciones y anuncia proyectos y, como en un gallinero, el alboroto dura mientras pasa la sombra del gavilán. El reciente sismo en el Valle de Mexicali es un claro ejemplo, así como muchos que sería ocioso enumerar por ahora.
Ya vendrá una inundación, una sequía, un deslave, el estallido de una mina, un descarrilamiento, el incendio de una guardería, el ataque a un famoso o un partido de la selección nacional de futbol para que el tema de la agenda nacional vire ruidosamente y se olviden las desgracias, o se queden, por lo menos, sólo entre sus víctimas.
Los mexicanos sobrevivientes siguen echados para adelante. En el verano vienen los ciclones. Toca a los estados costeros sufrir las consecuencias si vientos gigantes tocan tierra. A veces, les va peor a los de tierra adentro, que se inundan. Nunca hemos entendido por qué nuestras ciudades se inundan tan fácilmente, si es tan sencillo escarbar, colocar tubos y desaguar las lluvias. Y de paso, multar a quienes tiran basura en las calles y tapan las alcantarillas; además, debiera ponérseles a barrer la vía pública. ¡Qué importa si se quejan ante las comisiones de Derechos Humanos!
Sobrevivimos a los borrachos. En las calles, cada fin de semana, hay ejércitos de alcoholizados, algunos hasta el embrutecimiento, conduciendo automóviles, a pesar de todas los operativos antialcohol que se implementen.
En cambio, la policía detiene a jóvenes a quienes considera “sospechosos” que caminan pacíficamente por las calles. “Es que tenían aspecto de cholos”, se escucha decir y se escribe en los boletines de las autoridades. Todavía no encontramos ley alguna que consigne el delito de vestirse como cholo o como a cada quien le dé la gana y pueda.
En cambio, la policía detiene a jóvenes a quienes considera “sospechosos” que caminan pacíficamente por las calles. “Es que tenían aspecto de cholos”, se escucha decir y se escribe en los boletines de las autoridades. Todavía no encontramos ley alguna que consigne el delito de vestirse como cholo o como a cada quien le dé la gana y pueda.
¿La nuestra es policía profesional?
Por supuesto que no, en los últimos meses hemos sido sorprendidos con noticias realmente aterradoras y preocupantes, donde se da cuenta de la complicidad que existe en la mayoría de los elementos policiacos municipales y estatales, con los miembros del crimen organizado.
Sobrevivimos los mexicanos a gobiernos incapaces, indolentes y ladrones. Acaba de terminar uno en Nuevo León, pero nosotros seguiremos pagando durante 20 años el dinero que se llevó: lo vamos a mantener de por vida al sinvergüenza.
¿Hace cuánto tiempo no tenemos un presidente brillante y patriota? El último que se acercó a esa definición fue Lázaro Cárdenas y en dos décadas y media hará de ello un siglo.
Hemos tenido presidentes inteligentes, pero bandidos; astutos, pero asesinos; hábiles para la trampa y el negocio privado. Y con ellos han llegado decenas de bandidos a los gabinetes o en los alrededores del poder a saquear al país.
Y con todo eso, millones de mexicanos sobrevivimos. Los que no lo lograron, fueron víctimas de asesinato político o común, o peor, murieron entre el fuego cruzado, víctimas del daño colateral que provoca la inseguridad; otros murieron de desnutrición crónica, de enfermedades curables pues el sistema de salud funciona mal porque el dinero para que funcione bien se lo llevaron una y otra vez; fallecieron por cánceres desatados por la contaminación, porque no hay dinero para cuidar el medio ambiente, pues, otra vez, se lo embolsaron. Larga es la lista.
¿Hasta cuándo van a estar callados los sobrevivientes? ¿Cuándo van a perder el miedo? ¿Cuándo van a alzar la voz? JAV
7 comentarios:
Más que lanzarnos a las calles a protestar como loquitos y que nadie nos haga caso, nos toca hacer la tarea desde el ambiente en que nos desenvolvemos cada uno de nosotros. Ya no más mordidas, no comprar piratería, pagar nuestros impuestos, y de esa forma tendremos el valor moral para exigirle a las autoridades que cumplan, pero en serio.
Más que vivir en un estado fallido se trata de una guerra perdida, que ya lo reconozca el presidente Calderon
Pues no que los narcos son una minoría ridícula?
Estado fallido
Hacienda persigue a profesionistas que no pueden o no quieren pagar 20mil pesitos de impuestos, pero es incapaz de detectar los 400mil millones de pesos que mueve el narco anualmente
Felipe Calderón, los diputados, los senadores, los gobernadores, los presidentes municipales, los académicos, los periodistas, los estudiantes y el pueblo en general somos los responsables de lo que está pasando, y todo por la descomposición social en la que estamos viviendo. Aunque parezca irónico, pero ya no hay valores, los mexicanos los hemos perdido.
Diga claramente que el ratero al que se refiere es Natividad González Parás, el padrino del Rorro Medina, un nefasto gobernante que nos tocó padecer en Nuevo León y que no sólo empobreció al estado sino que se dio el lujo de hipotecarlo por 20 años. Que lo investiguen, igual que a su tesorero, Martínez Dondé, un viejo corrupto y ratero, igual que Ratividad.
Pero nosotros somos los culpables por permitir que estos apátridas pisoteen nuestra dignidad.
Los políticos han permitido la proliferación del narcotráfico y de la delincuencia organizada por una complicidad perversa a cambio de fuertes sumas dedinero.
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