La indiferencia de Rodrigo

Fue una manifestación pública, ordenada, pacifica, sin sobresaltos, respetuosa, donde imperaba la pesadumbre y la tristeza entre la mayoría de jóvenes, todos ellos estudiantes de universidades públicas y privadas, mirones, y uno que otro adulto, que se reunieron con el propósito de hacer sentir su inconformidad por los hechos donde fueron asesinados dos estudiantes sobresalientes del Tec de Monterrey y el clima de violencia que estamos viviendo.

Todo ello se desarrolló, por unos cuantos minutos, fuera de los ojos de cualquier empleado del Gobierno de Nuevo León que se preciara de funcionario, y por supuesto, de la vista de Rodrigo Medina, quien se resguardaba por un grupo de celosos e incólumnes elementos de Seguridad Pública en el interior del Palacio de Gobierno, ese que dicen que es "la casa del pueblo".

El grupo formado por unas 300 personas se ubicó, a fuerza, obligado, fuera del perímetro de la llamada Explanada de los Héroes. Sí, ahí donde las televisoras locales, algunas radiodifusoras, y hasta clubes de futbol hacen eventos masivos a donde acuden miles de regiomontanos, con la presencia de artistas de todas las categorías, edecanes, y uno que otro animador o conductor mediocre de las televisoras locales. Bueno, ahí no se pudo manifestar el grupo, impedido por unas vallas metálicas colocadas ex profeso horas antes de la cita convocada por los estudiantes agraviados.

Independientemente de los sentimientos que experimentaran los empleados de Medina, simpatizantes con la manifestación o no, vale la pena preguntarse ¿a qué le teme Rodrigo? ¿Por qué asumió esa ridícula y cobarde postura ante el grupo de estudiantes? Vamos, de perdido hubiese mandado a escucharlos al secretario de Gobierno, Javier Treviño.

Sin duda un desatino político, pues ambos dieron muestra de insensibilidad y de falta de tacto para escuchar a un grupo de miembros de la comunidad que los llevó al poder. Rodrigo Medina debe entender que las 300 personas expresaban su malestar por lo sucedido, un justo reclamo ciudadano que le exigía garantizar un clima de seguridad y poner fin a la impunidad y corrupción que impera en los cuerpos policíacos de Nuevo León y de la descomposición imperante en algunas dependencias municipales, como es el caso de Monterrey.

El estado de inseguridad que estamos viviendo en el estado en los últimos meses ha colocado a la sociedad nuevoleonesa en el fuego cruzado. El número de víctimas inocentes no se agota en los muertos, los heridos, los desaparecidos: incluye la generalizada sensación de indefensión que nos agobia a todos.

El imperio de la violencia en Nuevo León no se explica solamente por la disputa del control del crimen organizado, o por la represión legítima del Estado, o por la corrupción que envuelve todo, sino por la impunidad que le caracteriza.

Para la sociedad nuevoleonesa en general, la impunidad es una doble victimización: el agravio de la agresión, primero, y luego el silencio o, aun peor, la desacreditación de la víctima mediante la sospecha difamatoria, como fue el caso, en un principio, de los dos estudiantes del Tec de Monterrey asesinados a las puertas del Campus en Monterrey.

Alarman e indignan las hipótesis posibles que expliquen la impunidad en Nuevo León: o es producto de la ineficacia del Estado para garantizar la seguridad y el acceso a la justicia de la sociedad, o es reflejo de la indiferencia gubernamental, tal como lo demostró Rodrigo Medina la tarde de este miércoles cuando se atrincheró en el Palacio de Gobierno, donde se disponía a festejar acompañado de 600 invitados, la presentación de su Plan Estatal de Desarrollo. JAV